Qué tan peligroso es ser invadida por el espontáneo deseo de recrear nuestra pequeña historia una y otra vez. Una se aferra a lo familiar porque lo conoce, sabe a qué paso avanzar, en qué tono reír, esquivar cuando es necesario, y dónde o con qué fuerza apuñalar cuando duele.
Por otro lado, lo desconocido es como un abismo, pero no por eso carece del deseo de saltar. Aquel deseo es congénito en una mujer como yo que siempre viste la piel de amante.
El viaje que viene es agotador y duelen las raíces o la cabeza o el sexo, pero algo duele y se come los restos de nuestra pequeña historia poco a poco.
El deseo de viajar a otros destinos nos mata progresivamente y por eso, habrá cierto placer en nuestro velorio.

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